La revuelta bereber (739-743) en contexto
Etnias, impuestos y sublevaciones en el occidente omeya
La revuelta bereber comenzada en el 739 puso en serio peligro las estructuras califales omeyas que, no mucho más tarde, comenzarían a desmoronarse. El desmoronamiento comenzó, en parte, en nuestro territorio, en la Península ibérica, que para aquellos entonces era parte formal y significativa del Imperio musulmán, sirviendo de frontera con los reinos cristianos allende los Pirineos. Aquí tuvo lugar uno de los primeros temblores que terminarían por dar fin al califato omeya. El objetivo del presente texto es trazar las causas históricas, de manera sintética y analítica, que llevaron a esta disgregación.
Tras las predicaciones de Mahoma y las primeras conquistas de éste por el Hiyaz arábigo (en torno al 610 d.C.), podemos empezar a hablar en términos históricos de los primeros pasos políticos de islam a escala estatal. Para el 632 d.C., los registros hablan de un control efectivo por parte de los seguidores de Mahoma del Hiyaz y el actual estado jariyí de Omán.
A Mahoma lo seguirá (en términos cronológicos) el período denominado por la historiografía islámica como rashidun o el Califato Perfecto, que se extenderá entre los años 632 y 661. Se distinguirán Abu Bakr, Omar, Otmán y Ali, no sin antes abrir un cisma teológico que dará lugar a las primeras divisiones en el seno del islam: sunitas, chiitas y jariyíes. Estos llevarán la palabra de Alá hasta a la totalidad de Arabia (bajo Abu Bakr); Omar conquistará importantes plazas como Jerusalén, Damasco (638), parte del Imperio sasánida (actual Irán) o Alejandría (642). Otmán llegará hasta el Jurasán.
La expansión en detrimento de otros imperios como el bizantino fue rápida y eficaz, fundamentada en las posibilidades económicas del botín y el carácter unitario que confería el islam a los nuevos convertidos. Las conquistas serán continuadas por los ‘Umayadd (castellanizado Omeya) entre los años que ejercieron el califato, a saber, entre el 661 y el 750. Llegarían hasta el Magreb y la Península Ibérica (711), sometiendo a pueblos no arábigos como los visigodos de Rodrigo o los bereberes africanos.
En un principio, el expansionismo islámico se sometía a un principio teológico de universalidad, quizás de raíz cristiana, que afirmaba que todo integrante de la umma (comunidad de fieles islámicos o musulmanes) era igual ante dios y, por ende, ante el califa. Es decir, la política califal se regiría por dimensiones religiones, no étnicas, nacionales (de nacimiento) ni de otra índole. Empero, esto principio iba a ser borrado antes las dificultades financieras del imperio. ¿Cómo ocurrió? En las siguientes líneas, trataremos de explicarlo.
En cuanto al contexto, debemos aclarar que nos encontramos en torno al 740, 19 años después de la Batalla de Guadalete (711), que permitió el avance musulmán en la antigua Hispania. Contingentes musulmanes, bereberes y árabes, penetraron la península, ejerciendo rápidamente un control efectivo del territorio y avanzando rápidamente hasta la frontera pirenaica. En el 732 iban a ser derrotados por los franco-merovingios de Carlos Martel en la renombrar Batalla de Poitiers. Este elemento es clave en el análisis ya que corta la progresión de la conquista islámica, con ello el botín de guerra (para soldados y dirigentes), a la vez que reducía las posibilidades de ampliar los feudos (en sentido de físico, no político) en las élites militares islámicas. Esto era un señuelo muy eficaz para las conquistas ya que nos encontramos en un contexto eminentemente agrario donde la riqueza se fundamenta en la tierra.
Además, el califato omeya se encontraba ya cercano a su ocaso, en un período de inestabilidad (étnica y religiosa) y decadencia económica por lo anteriormente comentado. A esta situación por unos derroteros nada congruentes con el principio de universalidad islámica.
Los Banu Omeya, para acrecentar su poder tras la declaración de Moawiya como califa, construyeron (o continuaron construyendo más bien) la edificación de estructuras clientelares (las bases sociales del islam primitivo se apoyaban en configuraciones de tribu y clan, lo que explica estas lógicas de poder). Esto instauraba un régimen de favores entre las etnias arábigas, entre los que estaban los omeyas, en detrimento de otras como los bereberes. ¿Cómo lo hicieron? Ampliaron las bases impositivas que gravaban a los no árabes. Estos pagarían rentas similares a los dihmnies (pueblos protegidos del libro, a saber, cristianos, judíos, zoroastrianos), la yizya y el jarai; los árabes solo pagarían el jaray y un porcentaje del zakat (la limosna, base de la religión mahometana).
Además, los no árabes contaban con peores encargos en el sistema imperial, como, por ejemplo, ir a la cabeza en las razzias o en las incursiones militares; no disfrutar del acceso a puestos de gobierno y administración; etc. El Imperio musulmán profetizado por Mahoma resultó ser un Imperio de árabes soportado económicamente por no árabes. Esta situación se haría insostenible en el tiempo. Más aun, si tenemos en cuenta que los contingentes (militares y demográficos) encargados de conquistar y repoblar Al-Andalus fueron principalmente bereberes.
En tiempos de Omar II (717-720), años inmediatos a la conquista, el califa alivió las tensiones impositivas que recaían sobre los bereberes, prohibiendo la recaudación discriminativa de base étnica. Sin embargo, Hisham, su sucesor, volvió a reactivar los resortes de financiación. El tesoro califal estaba en horas bajas tras la paralización de las conquistas y la derrota en Poitiers (que se repitieron, según Catlos1, hasta el 737). La financiación omeya volverá a extraer los recursos de los bereberes en pos del clientelismo arábigo-omeya.
Esto conducirá a una rebelión cuyo epicentro es el Magreb. Los imanes jariyíes, que reclamaban una purificación y la rectitud en los actos como principios de la verdadera fe, instigaban a los bereberes norafricanos a emprender la yihad (que no es de sentido unívoco como señala Luz Gómez (en Entre la Yihad y la Sharía). Al-Ándalus y el Magreb pertenecían al mismo conjunto administrativo, Ifriquiya, por lo que las tasas impositivas eran homologas, y la discriminación racial también. Los contingentes bereberes harían estragos por todo Al-Ándalus, provocando migraciones masivas de poblaciones árabes hacia el sur, en busca de zonas controladas por los árabes omeyas. Esto se refleja en la crónica anónima musulmana del siglo XI Ajbar Machmuâ2.
Siguiendo a Sánchez Albornoz, esto proceso migratorio intrapeninsular va a generar un espacio colchón entre los cristianos del norte y los andalusíes. El término que usa el medievalista español es “desierto estratégico del Duero”. Esta tesis ha sido rebatida por algunos como Menéndez Pidal o Marcelo Vigil (“La formación del feudalismo en la Península Ibérica. 1978), aunque aun sigue teniendo vigencia y operatividad en la historiografía medieval española.
La anarquía llegaba a un punto tal que la ayuda exterior se hacia necesaria. Desde más de 3700 km de distancia llegaron a las orillas del Estrecho de Gibraltar tropas sirias de caballería ligera, una de las innovaciones técnicas y tácticas que los musulmanes habían introducido en el modo de hacer la guerra. Estas tropas estaban comandadas, en esta ocasión, por Balch ibn Bishr al-Qushayri. Este era el walí (gobernador) de Ifriquiya y fue avisado del estado andalusí por Abd al-Málik ibn Qatan al-Fihri, walí andalusí.
Abd al-Malik había sido repuesto en su cargo en el 741 pues era popular entre los bereberes andalusíes. Esto calmó los ánimos en suelo peninsular. Sin embargo, en octubre del mismo año, fuerzas árabes y bereberes se encontraron en Bagdura, junto al río Sebú). La eficacia de los bereberes fue sorpresiva, reduciendo en gran número a la expedición siria, que tuvieron que refugiarse en Ceuta. Esto alentó los ánimos de los bereberes peninsulares, que lanzaron un nuevo ataque contra: Toledo, Córdoba y Algeciras.
La situación llevó a que, el en un principio receloso de la actuación siria, Abd al-Malik (recordamos, gobernador sirio), cambiase de idea. A comienzos del 742, Balch y sus jinetes estaban cruzando el estrecho. Tras destrozar la columna bereber que se diría a Algeciras, hicieron lo mismo en Córdoba, para acabar con el ejército bereber en Toledo. El pacto firmado entre sirios y Abd al-Malik era claro, y así lo recoge el Ajbar Machmuâ:
“(…) no halló el walí medio mejor que solicitar la ayuda de los siriacos. Envióles barcos en que se trasladasen a España por pelotones, les remitió víveres y mantenimientos y púsoles por condición que le entregasen diez personajes de los más importantes de cada división para tenerlos como rehenes en una isla y que, terminada la guerra, los transportaría de nuevo a Ifrikiya. Convinieron en ello y aceptaron el pacto, exigiendo a su vez que se les trasladase después a Ifrikiya todos juntos y no separadamente y que se les llevase a punto donde no fuesen inquietados por los berberiscos (…).”
Pero los sirios decidieron no volver al Creciente Fértil, instalándose en tierras andalusíes. Balch despachó a Abd al-Malik, autoproclamándose wali, aprovechando que su tío era el gobernador de Ifriquiya. Todo quedaba en familia. Esto desató, de nuevo, un conflicto entre árabes y sirios. El conflicto se estancó, resolviéndose gracias a un nuevo nombramiento desde Ifriquiya, donde ahora gobernaba Handhala ibn Safwan al-Kalb. Este impuso un nuevo gobernador, que pacificó el territorio y reinstaló a los sirios en nuevos territorios aun por controlar o poblar. Los sirios fueron reinstalados en las diferentes koras (demarcaciones territoriales de época islámica) de Al-Ándalus: en Rayya (zona de Málaga) contingentes jordanos, en Sevilla y niebla contingentes procedentes de Homs, etc. Con esto, los árabes volvieron a ganar poder, pues los jinetes recibían el beneficio de un tercio de los ingresos por impuestos, responsabilidades fiscales (como la recaudación) o militares.
B., Catlos. “Reinos de fe: Una nueva historia de la España musulmana.” Pasado y Presente. 2019.
Disponible en línea: https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.do?id=16276 Consultado a: [13-10-2022]